SANACION ESPIRITUAL
Leyes de la Vida
Karma, Dharma y Reencarnación: Algunos Fundamentos (Resumen)
(…)Es obvio de que en nuestra alienación actual y práctica, en nuestro mundo cotidiano, nuestra conciencia está adormecida para los problemas simbólicos. Tan sólo unas preguntas nos gritan desde adentro: ¿Es que se diluye todo cuando morimos? ¿Es que nuestra conciencia se pierde en la nada? ¿Es que vamos a algún lugar de prueba? ¿Es que existe un Infierno? ¿Es que existe un Cielo? ¿Es que volvemos de nuevo a este mundo?
Ante esto, quiero tocar esta teoría sobre la posibilidad de que retornemos a este mundo. Es una posibilidad filosófica que, por cierto, no es una idea nueva. Todas las antiguas culturas y civilizaciones, hasta donde nosotros conocemos, tuvieron a su disposición mecanismos de conocimiento que vieron esta posibilidad de la reencarnación como cosa fáctica.
Tomemos algunos ejemplos. En América, entre los Aztecas, existía la creencia de que el alma volvía de nuevo a este mundo. Decían que los hombres que morían, pero que estaban muy aferrados a la tierra, quedaban presos del encanto de la tierra. Pero sostenían que, las almas que se habían liberado del mundo, las que ya no tenían apegos en el mundo, las que creían que había "algo más", y más lejano, iban a lo que hoy llamaríamos la fotósfera del sol, es decir, que iban a vivir en la Luz.
Los antiguos egipcios creían también que los hombres podían reencarnar. Todo hombre cuando moría tenía una prueba que transcurría en el "Aduat". El Aduat, suerte de purgatorio, era un lugar donde se pesaba el corazón del difunto en una balanza, y se le hacía una serie de preguntas a las que debía contestar. Aquellos que eran suficientemente sutiles podían llegar al Amen-Ti, o sea, la Tierra de Amón, el lugar mágico dónde cada uno encontraba lo que quería encontrar... Pero aquellos que, careciendo de esta fuerza espiritual, quedaban presos en las ansias de volver a la tierra, no podían pasar el Aduat y tenían que regresar otra vez a las experiencias terrestres.
Lo mismo nos indican los chinos, los griegos, los romanos. Incluso los primitivos cristianos, hasta el Concilio de Trento, van a tener en algunas de sus líneas de conocimiento, la afirmación de que los hombres vuelven a la tierra, e incluso de que Jesus-Cristo era una suerte de reencarnación de uno de los profetas anteriores. Vemos pues, que este argumento se pasea por toda la Historia.
Es tal vez en la India donde podamos captar y adquirir los conocimientos más precisos, hoy en día, sobre este tema de la Reencarnación,[del Karma y del Dharma]. Los hindúes, dentro de sus distintas religiones o sectas, han llegado a afirmar que en el mundo todas las cosas reencarnan, todas las cosas vuelven a vivir. Contrariamente a lo que se cree, los hindúes hicieron filosofía e hicieron dialéctica antes que los griegos, y habían tratado de demostrar, no solamente mediante la fe, sino también mediante el razonamiento, de que el hombre podía volver a vivir. Decían que todas las cosas son cíclicas [Ley de Ciclicidad]. Hablaban de grandes períodos de tiempo activo que llamaban Manvántaras, y de otros ciclos de sueño o Pralayas. Consideraban que esa actividad -que atribuían a la expiración y a la inspiración de Brahma, o sea, al respirar de la Deidad- existía también en todas las cosas, del mismo modo en que nosotros estamos despiertos unas horas al día y dormidos estamos otras horas. Miles de años ha, ellos habían ya descubierto las leyes de Lavoisier: "En la Naturaleza nada se pierde, todo se transforma". Habían notado el recorrer cíclico de las Estrellas y la forma repetida en que el Sol nos alumbra cada mañana. De esto dedujeron que todas las cosas eran cíclicas; que todas las cosas eran, en parte irrepetibles, y en parte se repetían y volvían a ser. La continuidad y la eternidad no serían para el pensamiento hindú, un estatismo o la permanencia de una cosa, sino que serían más bien el devenir contínuo de las cosas. El concepto de "duración" y de "eternidad" no estaría en la permanencia objetiva de algo, sino en la permanencia de un cambio constante cuya finalidad es misteriosa; en la utilización de un impulso interior espiritual que mueve a todas las cosas hacia su fin ultérrimo.
Este Impulso va encadenando una secuencia de fenómenos. Los hindúes nos hablan de la Ley del Karma: la Ley de Causa y Efecto. Toda cosa, todo lo que pasa es efecto de lo que pasó antes y causa de lo que va a pasar después. Ninguna cosa, ninguna palabra, ninguna actitud, ninguna criatura, ningún mundo, ningún estado es sólo y único en el Universo, sino que es fruto de lo que pasó, y germen de lo que va a pasar. Esta ley de acción y reacción estaba encuadrada en una direccionalidad cósmica, en una Ley; es decir que las cosas existen y se mueven por algo. Y ésta es otra pregunta que nos hacemos todos: ¿por qué pasa todo lo que pasa? Ante la incomprensión de ciertas aparentes injusticias, el hombre cae entonces en una forma de ateísmo, porque se pregunta: ¿Dios es justo? ¿Dios es bueno? Si Dios es justo y bueno, ¿por qué hay hombres que nacen en cuna de oro, mientras que otros nacen en una pocilga? ¿Qué clase de Dios injusto es el que hace nacer un niño enfermo o ciego, y en cambio le da a otros todas las posibilidades?
Esta es una vieja pregunta. De ahí que los filósofos y metafísicos hindúes creían que existía un "camino" al que llamaban Sadhana, y una Ley que llamaban Dharma. Una Ley Universal que hacía que todas las cosas fuesen a alguna parte con un fin predeterminado. Los hindúes creían entonces en la reencarnación de las almas. Pero no en una reencarnación de manera simplista, según la cual un hombre se muere, está un tiempo en un mundo sutil, y vuelve de nuevo. Porque si fuese tan fácil, todos recordaríamos lo que fuimos de una manera clara. Para poder entender el pensamiento hindú, hace falta recordar que ellos pensaban que el hombre no es uniforme, sino que estaba constituido por siete vehículos diferentes. Algunos de estos vehículos eran los que reencarnaban [Vehículos del Yo Superior. N del T.] y otros no reencarnaban [vehículos del ego inferior] Estos últimos cuatro primeros cuerpos serían para los hindúes, mortales y se desintegrarían con la muerte. La muerte sería, pues, un desgaste que comienza con el nacimiento. Desde que nace hasta que muere, el hombre va muriendo poco a poco, hasta que al fin le llega el colapso final, en el que perdería la parte física, la parte energética, la parte psicológica y la parte mental-egoísta. Mas restan tres planos de conciencia más profundos: el Manas, el Budhi y el Atma que pueden servir de escala para remontar al cielo.
Ahora podríamos entender el porqué nacemos a veces en cuna de oro, y otras veces en establo. Porque desde el punto de vista filosófico, no siempre se aprende más cuando se nace en cuna de oro que cuando se nace en un establo. Un hombre puede nacer de una manera u otra y siempre puede extraer una experiencia. Pero esa experiencia es limitada, porque si nace en una familia de campesinos, ese hombre tendrá la experiencia del campesino, pero le faltará la del artista, del militar, del político, del poeta. De ahí que esa parte carente de experiencias, vuelva a la tierra a ocupar los cuerpos de los niños que nacen; vuelva por nuevas experiencias, nuevos encuentros, nuevas vibraciones biológicas.
De tal suerte, las leyes que rigen el Destino, según los hindúes, hacen que solamente la parte superior sea la que reencarna. Pero de la parte superior tenemos muy poca conciencia. Ya lo dijo Platón, quién también explicó la reencarnación; él habla de las Aguas del Leteo, del río que hace que nos invada el olvido. Cuando se beben esas aguas el hombre vuelve a renacer sin recordar prácticamente nada; a veces se renace con una chispa de recuerdo, pero no con algo inteligente y ordenado. Para Platón, Sócrates y toda la línea del pensamiento filosófico griego, había también un ciclo inexorable en donde una misma humanidad iba reponiendo energías, tomando de nuevo contacto con el mundo y realizando nuevas experiencias.
¿Es esto cierto o no lo es? Eso no es fácil de contestar; simplemente exponemos esta forma de pensamiento para que cada cual tenga su propia vivencia (…) Es preferible equivocarse por sí mismos, antes de ser llevados hacia una forma de verdad que nunca comprenderemos; que nunca nos permitirá tener una individualidad desarrollada. Aparte de lo que dijeron los hindúes, pensemos aplicando el sentido común, -el menos común de los sentidos-: si entrase alguien por primera vez aparentemente en el recinto donde nosotros estamos presentes, y conociese perfectamente la disposición de los muebles y lo que contienen, ¿qué diríamos? Es obvio que diríamos que antes ya estuvo alguna vez en él, porque si no, no lo sabría.
¿Cómo explicar la facilidad de algunos niños que, por ejemplo, han manejado instrumentos musicales, a los cuatro o cinco años de edad; o la facilidad de algunos escultores que esculpen naturalmente sin enseñanza previa? Hay teorías modernas que intentan explicar esto con la argumentación de un inconsciente colectivo, de que a través de la ascendencia fisiológica nos llegarían potencias anteriores. Pero obviamente esto es menos científico que pensar que el hombre tiene esa posibilidad porque ya la tuvo otra vez. Por ejemplo, si alguien, como pasó en Italia con un campesino, comienza a hablar griego perfectamente, es porque recuerda algo. Y si además se refiere a hechos históricos concretos que nunca ha presenciado, es porque recuerda algo. En todos nosotros existe como una pre-experiencia individual, que a veces se manifiesta como una sensación difusa, imprecisa. Simpatías, antipatías, angustias y sobrecogimientos que no tienen explicación lógica...
(…)Esta simple concepción metafísica cambia todos nuestros conceptos: los conceptos científicos, económicos, políticos, sociales, de relación de los pueblos; y nos torna mejores, más generosos. Entendemos que el mendigo que vemos en la esquina de una calle, está pasando una experiencia que nosotros a lo mejor ya hemos pasado, o pasaremos; y que tenemos que ayudarle, pero no ayudarle porque queda bien, sino porque es nuestro hermano y compañero de ruta. Porque todos juntos estamos viviendo un camino difícil, espinoso, con subidas y bajadas. Y en este camino tenemos que permanecer todos con esa conciencia de unidad.
Todas estas cosas han estado en el seno de todas las religiones; no están en oposición con ninguna religión, puesto que fueron enseñadas de alguna manera por todos los Maestros.
Jesús mismo dijo: "Es necesario renacer". Lo que se puede interpretar de varias y profundas maneras. Estas cosas existen aún en la mente de cualquiera que tenga un sentido científico de la vida, o un sentido positivo. Porque lo que acabamos de expresar es científico y es posible desde el punto de vista positivo.
Yo creo que no volvemos a vivir. Yo creo que continuamos viviendo. Creo que decir, "volvemos a vivir", sería como pensar que morimos en algún instante. Yo no creo en la muerte. La muerte no existe; es un fantasma inventado para asustarnos. Nada muere. Todo se transforma. Todo cambia. Con la misma Ley que transforma la Naturaleza, Dios, o como se quiera llamar, es lo que nos va a llevar en la Vida y en la Muerte. ¿Cuánto nos costó nacer? Tanto como nos costó nacer, nos costará morir.
La Ley de Causa y Efecto
– que impone al Espíritu la necesidad de Progresar –
Rige también nuestra vida humana y Ella explica el por qué y el para qué de todos los hechos que la conforman.
La Ley Divina jamás castiga y los dolores humanos son consecuencia de los errores humanos, cometidos en alguna de las vidas que nuestro Espíritu inmortal Vive.
Todo lo que se produce en nuestro Mundo y en nuestra Humanidad, aún cuando aparezca como un hecho aislado, tiene relación con hechos del pasado y, a la vez, con hechos del futuro.
Todo en nuestro Mundo - como en el Universo entero – está bajo la acción de Causa y Efecto. Nada se produce por sí mismo; todo tiene una causa y una finalidad.
En consecuencia, acostumbrémonos a considerar los hechos que se producen a nuestro alrededor como Efecto de alguna Causa. Podemos decir, por lo tanto, que la casualidad no existe, sino que es Efecto de una Causa que es siempre Espiritual. En conclusión, existe la Causalidad y no la Casualidad.
Cada sentimiento, cada emoción, cada pensamiento, siendo vibración que emana de un determinado foco -sea nuestra alma o nuestra mente– tiene una acción determinada; por lo tanto, cada acción originada en nuestra alma o en nuestra mente –aún cuando no se haya cristalizado en hechos– queda unida a nosotros y, por Ley, retornará a su punto de origen, es decir, a nosotros mismos.
Por Ley de Causa y Efecto, todo lo que realizamos queda “grabado” en el Espacio y, antes o después habrá de retornar a nosotros, con la misma “calidad” vibratoria que lo ha originado. Es decir que recibiremos hechos de Amor por nuestros hechos de Amor, y hechos dolorosos por aquellos hechos nuestros realizados sin Amor, que hayan ocasionado dolor.
Toda falta contra la Ley es una deuda Espiritual que debe ser saldada mediante el propio esfuerzo; no hay posibilidad de que la deuda sea saldada por el esfuerzo, la acción o la voluntad de otro, ni de que, con el correr del tiempo, la deuda sea “olvidada”.
Sólo mediante la propia voluntad y el propio esfuerzo puede un Ser saldar la deuda con la Ley.
El Ser encarnado que transgrede las Leyes Divinas deberá recibir -antes o después– por efecto de la misma Ley, tanto como hizo o pretendió hacer, más todo aquello que su acción y el efecto de su acción pudieron haber atraído a quien o quienes lo recibieron.
Aquellos que ignoran esto, poco esfuerzo hacen por adaptarse a la ineludible necesidad de vivir de acuerdo con la Ley del Amor.
El Amor llega a esos seres como Conocimiento, iluminando sus mentes a fin de que a través del Mismo, puedan evitar en el futuro nuevas transgresiones a la Ley.
Nosotros irradiamos y de acuerdo con lo que irradiamos recibimos.
La vibración que nosotros proyectamos es la que nos vuelve, con todo aquello que hemos producido en felicidad o en dolor para los demás.
Todo lo que de nosotros sale a nosotros habrá de retornar.
Indefectiblemente, ahora o después, recibiremos todo aquello que hemos dado o deseado dar.
La Ley Divina y Universal del Amor actúa en Armonía con la Ley de Causa y Efecto, y es la única Ley que puede modificar el Efecto sin desvirtuar la Ley.
¿Cómo alinearnos?
Un buen comienzo será mediante el auto-análisis, revisando nuestros pensamientos, sentimientos y acciones, y evaluando compasivamente las elecciones realizadas para, si es necesario, modificarlas a favor del Bien.
Somos Amor sólo debemos retomar el camino hacia la Fuente: nuestra Esencia Divina.
Desde el amor y al servicio del Amor, ¡Refleja!